Publicado el 19/03/2019 a las 00:00
Tenemos un Presidente que sigue empeñado en encontrar, a diario, a su villano favorito. En sus conferencias de prensa mañaneras, identifica al enemigo en turno. Ahí, desahoga su furia, prejuicios, resentimientos, complejos y torrente de calificativos, para ubicar en el tribunal de la opinión pública al nuevo traidor. Es irrelevante que no exhiba pruebas ni tenga fundamento legal para su alegato. Lo importante es el desprestigio y el linchamiento mediático.
No contento con hostigar a la Suprema Corte, a los órganos constitucionales autónomos, a exservidores públicos, a medios de comunicación, a calificadoras, analistas y toda aquella voz disidente, ahora echa mano de uno de los instrumentos más poderosos e intimidatorios con los que cuenta el Estado mexicano: la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda.
Acaso el más escandaloso ejemplo que tenemos a la vista lo obsequió el Presidente en su infausta conferencia del jueves pasado, acompañado del protagónico titular de la unidad anti lavado, al desnudar una operación que, supuestamente, constituyó una campaña de desprestigio contra él, a través de un documental sobre el populismo que nunca se exhibió. Ahí, con nombre y apellido, señaló a supuestos responsables de la osadía de ejercer su libertad de expresión. Hablaron de financiamiento, de asociación vergonzante, de posible lavado de dinero y mil pecados más.
Ya pasó por esa báscula el Presidente de la Comisión Reguladora de Energía y salió bien librado. No se dejó intimidar. Pero el daño para él y su familia está hecho. Ahora toca el turno de empresas del sector privado y personajes conocidos tanto en el ámbito empresarial como político. Se les exhibe y se amenaza con llevar sus casos ante el ministerio público. Saben que no tienen un tema sólido, pero sí fiscales carnales que pueden ayudar para que dichos expedientes les quiten horas de sueño y mucho dinero en su defensa legal.
En suma: vemos a un presidente intolerante a la crítica, que se cree sus propias mentiras, con ambición desmedida por el poder y que utiliza facciosamente los instrumentos del Estado para perseguir a los que él identifica como “adversarios conservadores”. La economía va a la baja y la delincuencia al alza. Hay una terca presencia mediática pero no información veraz ni, mucho menos, transparencia. Y, aun así, la popularidad de López Obrador está rebosante. Puede ser la esperanza que fenece al último; el bono democrático con cupones aún no desprendidos; el hartazgo de un pasado demasiado fresco aún; el no reconocer públicamente que se equivocaron al votar por él. Sus homilías mañaneras son ejercicios a modo para su lucimiento personal y la exhalación de ocurrencias. No gobierna desde la reflexión, el trabajo de gabinete, la planeación ni la evaluación de resultados. Eso es de neoliberales. Lo suyo es estar cerca del pueblo bueno y sabio y despreciar a intelectuales y expertos. Todo se acomodará por voluntad divina. Él es el enviado para esta formidable misión. Y si algo sale mal (como seguramente saldrá) entonces apuntará con dedo flamígero contra los enemigos y traidores de la cuarta transformación. Esa mafia del poder que se resiste a morir.
Abogado.
Twitter: @JLozanoA