Publicado el 22/01/2019 a las 19:04
Han transcurrido poco más de 50 días del autodenominado gobierno de “la cuarta transformación”. En este corto lapso hemos visto un rosario de ocurrencias, improvisación e impericia que descansa en la popularidad de la que aún goza el primer mandatario, Andrés Manuel López Obrador. Eso le anima a comportarse como si siguiera en campaña. No actúa como Jefe de Estado ni convoca a la unidad y reconciliación nacional. Descalifica con todo tipo de adjetivos: “adversarios”, “conservadores”, “neoliberales”, “neofascistas”, “canallas”, “punta de rufianes”, “prensa fifí”, “mafia del poder” y demás epítetos que a diario aparecen en su vocabulario.
Sus conferencias de prensa, lejos de ser un ejercicio de rendición de cuentas, parecen un fastidioso “a ver quién se cansa primero”. Él conduce, él da la palabra, él decide qué responde, a qué pregunta le saca la vuelta. Sonríe y evade.
El caso de Puebla es un buen ejemplo de su indolencia. No contento con haber permitido una campaña de odio y misoginia contra la candidata a la gubernatura, le negó el reconocimiento institucional, a pesar del fallo del máximo tribunal electoral, por considerarlo antidemocrático. Anunció que no pondría un pie en Puebla; no envió representante a la toma de protesta de la gobernadora Martha Érika Alonso y, tras su trágica muerte y la de su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, no asistió a las exequias y se comprometió informar a diario del avance de las indagatorias. En ese clima de polarización y encono ocurrió el “accidente”. Y López Obrador no ha vuelto a hablar de la investigación.
La cancelación del aeropuerto de Texcoco, a pesar del avance en su construcción y financiamiento, fue un auténtico capricho que nos costará miles de millones de dólares a cambio de nada. Precios de garantía para el campo; dinero regalado como incentivo perverso para quienes no estudian ni trabajan; consulta popular para decidir si enjuician a los ex presidentes; Fiscal General a modo; militarización de la seguridad pública con la Guardia Nacional; castigo presupuestal a órganos autónomos constitucionales y el debilitamiento de mandos medios y superiores de la administración pública federal son unos cuantos ejemplos de lo acumulado en estos 50 días.
La tragedia ocurrida en Tlahuelilpan, Hidalgo, es parte del saldo de una estrategia mal diseñada y ejecutada en su lucha contra el robo de hidrocarburos: dejaron de importar en tiempo y forma crudo ligero y vino la impericia en el almacenamiento, logística y distribución que derivó en un histórico desabasto de gasolinas. Siguió una cursi y manipuladora campaña de propaganda para contagiar a la población de una épica equivalente a la expropiación petrolera. Pero las 91 muertes tras la explosión del viernes son consecuencia de una negligencia criminal por no actuar oportuna y eficazmente en materia de protección civil y en el ejercicio legítimo de la fuerza pública. No se trataba de reprimir a nadie sino de cuidar sus vidas. Rebasados en todos sentidos, hoy no dejan de dar explicaciones, sin resultados a la vista, de su genial estrategia contra el ya famoso “huachicoleo”. Y, para variar, el expediente fácil es culpar al pasado de todo. Ya es tiempo de que se hagan cargo de su presente.
@JLozanoA