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Publicado el 08/11/2016 a las 23:00

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Pocas veces había sentido un estado de ánimo tan desolador como el que se advierte tras el
triunfo del inefable Donald Trump como próximo Presidente de los Estados Unidos. Y no es para
menos. Estamos hablando de una persona desequilibrada que hizo del discurso populista,
irresponsable, del odio y del rencor su plataforma política. Logró su cometido. Pudo alinear la
ignorancia con un ramplón sentimiento nacionalista. Encontró en el inmigrante al enemigo común
de la “grandeza americana”, y ubicó a México como un país de ladrones que le arrebata millones
de empleos e inversiones a los estadounidenses.

Con el triunfo de Donald Trump iniciamos una nueva y aterradora época. Más que afligirnos por
un muro fronterizo, hay que preocuparnos por las actitudes que encontrarán nuestros
connacionales que viven del otro lado de esa frontera. Las medidas migratorias serán extremas; el
trato será discriminatorio; su integridad física y moral estará bajo una constante amenaza; vendrán
más deportaciones y menos remesas; el libre comercio estará en juego; nuestras exportaciones
encontrarán aranceles o de plano barreras artificiales para entrar; y las importaciones se
encarecerán por la devaluación del peso frente al dólar.

Nuestro gobierno ha dado tumbos en la relación bilateral. Desde mandar como embajador a un
perfecto ignorante al que tuvo que remover meses después por su evidente incapacidad, hasta
haber permitido que creciera tanto la percepción entre el pueblo americano de que somos
corruptos, narcotraficantes, violadores y demás epítetos que nos lanzó el hoy presidente electo.
La única área de oportunidad que veo en medio de este cielo nublado (como le llamaba Octavio
Paz) es que podemos y debemos unir fuerzas, talentos y voluntades para sacar a nuestro país
adelante en la búsqueda constante del bien común.

Nadie va a hacer por nosotros lo que nosotros mismos no estemos dispuestos a realizar. Aquí
nadie sobra. Aquí todos contamos. Y más allá de ideologías políticas y otros factores que nos han
dividido y debilitado, es hora de poner lo mejor de cada uno de nosotros en ese proyecto común
llamado México.

Hemos de revisar la relación bilateral con Estados Unidos. Sí. Pero no debemos hacerlo desde la
vergüenza o el miedo. Hay que hacerlo con inteligencia, dignidad y congruencia. Son múltiples los
lazos que nos unen. No se puede acabar con décadas de intercambio económico, social y cultural
de un día para otro. Tenemos una historia común que defender. Pero me temo que no solo habrá
que educar al Presidente del vecino país. La percepción que su pueblo tiene de nosotros es
terrible. En mucho, por su ignorancia. Pero, en buena medida, por nuestra incapacidad de mostrar
y presumir lo bueno que tenemos y dejar de hablar mal de nosotros mismos cada vez que
podemos.

México ha salido adelante de muchas y muy variadas crisis. Está no debe ser la excepción. Viene
una tormenta de fuera que debemos soportar y sortear. Pero, lo que sería imperdonable, es que
provoquemos otra tormenta interna por nuestra incapacidad de ponernos de acuerdo, por no ver
más allá de nuestras narices, o por anteponer nuestros afanes personales al bien común del que
les hablaba.

La victoria de Trump representa la muerte de la esperanza, la sensatez, la tolerancia, el respeto,
las libertades y el humanismo. El mundo entero lo lamenta y ciertamente lo padecerá. Pero yo los
invito a que, al límite de nuestras capacidades y recursos, los mexicanos defendamos lo que
somos y lo que tenemos con talento, audacia, gallardía, fuerza y unidad.

Yo estoy puesto. Y sé que ustedes también lo están.

¡Vamos a lo que sigue!

Saludos cordiales.

JL