Publicado el 30/10/2016 a las 23:00
En mi última entrega (septiembre 5) hablaba de la oportunidad que el PAN tiene de recuperar la
Presidencia de la República en 2018 si acaso no nos equivocamos y actuamos con unidad,
disciplina y generosidad. Lamentablemente, lo que hemos visto últimamente indica que estamos
haciendo lo contrario. La tensión interna crece a diario y no se abren canales de comunicación ni
válvulas de escape que permitan despresurizar una olla a punto de estallar.
El epicentro de este movimiento telúrico se ubica en la Colonia del Valle de la Ciudad de México.
Ahí, en la sede nacional de nuestro partido, han caído en la tentación de servirse del poder y no
servir con el poder. El canto de las sirenas ha embelesado a Ricardo Anaya. Lo han convencido de
mirar allende su encomienda como líder del partido y perfilarse hacia la candidatura presidencial.
Nada tendría de malo que Anaya aspirase a un cargo tan distinguido de representación popular si
no fuera porque el papel que le ha encomendado la militancia es el de árbitro y no el de jugador.
Se despoja de su toga de juez y se asume como parte. Y eso no puede ni debe ser.
Con toda razón, los abiertos precandidatos a la misma aspiración, Margarita Zavala y Rafael
Moreno Valle, han pedido una pronta definición a Ricardo Anaya. A ello hay que sumar la misiva
suscrita, en días pasados, por un grupo de 18 distinguidos panistas, haciéndole un llamando de
atención al jefe nacional por el riesgo que implica para la unidad del partido su errática conducta
de asumir, a la vez, el rol de dirigente y de suspirante.
La respuesta, en ambos casos, ha sido la evasiva, el boletín oficial, la gastada idea de constituir
una comisión (como si fuera buzón para recibir quejas y denuncias) y, en el extremo, la abusiva
revancha o la descalificación personal.
Los espacios de diálogo se cierran al tiempo que se abren nuevos frentes de batalla intestina. Se
renuncia a la política so pretexto de rigurosas interpretaciones estatutarias. Ciertamente ganan
tiempo, pero pierden en ese letargo, estatura, respetabilidad y confiabilidad.
Anaya se ha extraviado en su propio laberinto. Utilizar los tiempos oficiales asignados al PAN con
miles de spots que abiertamente promueven el nombre y la imagen del jefe nacional nos
asemeja a lo que tanto criticamos de López Obrador. Y aprovecharse de la estructura y recursos
del partido para construir una candidatura presidencial tiene el tufo de aquella rancia y fallida
estrategia seguida por Roberto Madrazo en el PRI.
La ciudadanía confía en que podemos volver a ser distintos y distinguibles, pero hacemos todo
para parecernos a nuestros adversarios. Con soberbia, algunos piensan que llegar a Los Pinos en
2018 es ya un mero trámite. Y, con petulancia, desprecian las voces que los invitan a rectificar,
definir y cerrar filas.
Estamos a tiempo de reivindicar la política para conciliar nuestras diferencias y articular un sólido
proyecto ganador. Ricardo Anaya debe salir cuanto antes de su laberinto. Ya veremos si opta por
la ética y la sensatez o si se escurre por una puerta falsa.
Artículo publicado en el Periódico El Universal