Publicado el 10/06/2016 a las 22:00
Creo que desde 1994 el país no atravesaba por tiempos tan difíciles como los actuales. La
diferencia estriba en que, en aquel entonces, el PRI-gobierno dominaba la escena: controlaba el
Congreso, el Poder Judicial, los medios y una gran cantidad de factores reales de poder; no
existían las redes sociales, ni tampoco se había extendido la conciencia e impulso en pro de los
derechos humanos. Salinas era casi omnipotente y, a pesar de ello, su último año fue desastroso.
Hoy, el otrora poderoso sistema que amenazaba con quedarse 70 años más luego del triunfo de
Peña Nieto en 2012, no sólo está menguado, sino en franco declive. La estrepitosa derrota
electoral del pasado 5 de junio y la bajísima popularidad y aceptación que registra el primer
mandatario son prueba inequívoca de que la gente no cree más en ellos y cuenta las horas para
despedirlos.
De los primeros meses de la administración peñanietista, en que sorprendieron a propios y
extraños con golpes certeros y espectaculares, no queda más que el recuerdo. Están pasmados.
Extraviaron sus reflejos. Los rebasó la realidad. Lograron alinear los astros pero en sentido inverso.
Y ningún augurio abriga la esperanza de tiempos mejores.
El presidente Peña Nieto está, quizá, ante su última llamada para dar un auténtico golpe de timón,
retomar liderazgo y recuperar parte de la credibilidad perdida. Su apuesta por un joven servidor
público, talentoso y limpio, como lo es Enrique Ochoa, al frente del partido tricolor, es audaz pero
riesgosa. Carece de experiencia en la operación política-electoral y los viejos cuadros del PRI lo
ven con recelo.
Por contra, Peña Nieto se negó a actuar ante los grotescos abusos de otros dos jóvenes promesa
en los gobiernos de Veracruz y Quintana Roo. No sólo perdieron sus respectivas elecciones, sino
que arrastraron con su pésima imagen la del Presidente.
Los hechos sangrientos de Nochixtlán, Oaxaca, evidencian errores imperdonables en los servicios
de inteligencia y en la ejecución de los operativos para contener a una turba violenta. ¿Cómo está
eso de que emboscaron a la Policía Federal? ¿De veras? Nadie sabe —a estas alturas— qué fue lo
que realmente ocurrió ese trágico domingo.
En ese contexto, la negociación con la CNTE es una trampa, una ingenuidad. Estamos hablando
de la facción del magisterio nacional especialista en el chantaje y la manipulación. No quieren
acuerdos ni paz social, pues entonces se apartan de su modus vivendi. Lo suyo es mantener
privilegios con movilizaciones a costa de la educación. Abrogar la reforma educativa y liberar a
sus “presos políticos” (que no son más que vulgares delincuentes) integran el pliego de una farsa
de negociación. Y, mientras tanto, se permite que a diario asfixien con bloqueos y plantones el
abasto y la circulación en diversas entidades. So pretexto de la tolerancia y el respeto a la libertad
de expresión se pisotean derechos humanos fundamentales, consagrados en la Constitución.
No, señor. La ley no se negocia, se aplica. Son tiempos aciagos para la República. Se solicita la
presencia y actuación de su Presidente. Ésta es la última llamada.
Artículo publicado en el Periódico El Universal