Publicado el 08/09/2013 a las 22:00
Hace 30 años Octavio Paz escribió “Tiempo Nublado”, su último libro. En él, nuestro Premio Nobel
de Literatura hizo un análisis sobre la situación internacional entonces prevaleciente con un tono
crítico y no ausente de preocupación por lo que vendría. Con distintos matices y actores, ese
tiempo nublado que veía Paz pareciera estar de vuelta. No solo es el conflicto en Siria, donde el
apetito bélico de los Estados Unidos se hace presente —una vez más— sino, en general, la
situación en el Medio Oriente y la revisitada tensión entre las principales potencias mundiales por
temas que van desde Snowden hasta los derechos humanos. La paradoja es que esta nueva
incursión armada del gobierno de nuestros vecinos del norte es impulsada por el presidente
Barack Obama, galardonado con el Premio Nobel ¡de la paz! hace cuatro años. Se dijo entonces
que Obama era reconocido por dar al mundo esperanzas de un futuro mejor por medio de su
gestión pacifista. Y tan ingenuo es pensar que la intención final de los norteamericanos en Siria es
exclusivamente castigar y detener el uso de armas químicas contra la población civil como el
creer que el espionaje del que fue objeto el entonces candidato a la Presidencia de México,
Enrique Peña Nieto, por parte del gobierno de nuestros principales socios comerciales, fue un
asunto ajeno a su homólogo.
Nuestro hoy Presidente también enfrenta y provoca tiempos nublados. Su mensaje con motivo de
la presentación del primer informe de su gobierno lo dice todo: encerrado en Los Pinos con un
selecto grupo de invitados poco pudo mostrar del régimen que ofreció cambiar. La economía
atraviesa por su peor momento desde la crisis global del 2009; la violencia no ceja, aumenta; y la
gobernabilidad se ve constantemente desafiada por grupos de diversa especie. Es un gobierno
que ha optado por la promesa, el porvenir y el reflector. Solo el Pacto por México (manzana
envenenada que engaña con la falsa apariencia del consenso) salva al mandatario de,
literalmente, llegar a no decir absolutamente nada. Sus iniciativas —incluida la fiscal presentada
ayer— se quedan cortas. En aras de la unanimidad presenta propuestas sin calorías y propicia la
constante fragmentación al interior de los partidos políticos de oposición. Comenzaron los del PRI
a tambor batiente, dieron golpes espectaculares, mostraron reflejos y equipo pero, poco después,
se desinflaron. Hoy el gobierno de la República genera tantas dudas y frustración como nuestra
Selección Nacional de fútbol. Es muy temprano para el fracaso. Pero es la realidad. Su titubeo
frente a la Reforma Educativa mostró a un gabinete más interesado en darle respiración artificial
al citado Pacto que en poner en orden a los vándalos que amenazan, violentan y desafían al
Estado mexicano. Cierto es, empero, que no solo en términos jurídicos sino de espacio físico,
comparte Peña Nieto la responsabilidad de hacer frente a tales movilizaciones. Lo acompaña el
menguado alcalde de la capital, Miguel Mancera.
Tiempos nublados que se convierten en trombas inundan Iztapalapa (por más que le quieran
seguir llamando encharcamientos) y abruman también a quien muchos veían como una carta
fuerte para suceder al mexiquense. Resultó ser una caricatura. Mancera llegó con impecables
cartas credenciales y generó un cúmulo de expectativas que, aceleradamente, se han
desvanecido. Tímido, disminuido, sin discurso, sin contenido, el jefe de Gobierno ha asumido y
hasta confesado que prefiere asumir los costos políticos de su cobardía a enfrentar a quienes
desquician la ciudad y afectan los derechos y libertades de las mayorías. Mancera habla de la
defensa de la libertad de expresión cual si fuera el único derecho humano fundamental. Olvida
con ligereza la prevalencia de las libertades de tránsito, de trabajo y de asociación. Se escuda el
ejecutivo local en supuestos complots que lo quieren ver fuera de la carrera presidencial, como si
realmente hiciera falta intentar meterle una zancadilla a quien se tropieza con sus propias
agujetas. Y nada de esto pasaría de la anécdota si no fuera porque los vándalos se salen con la
suya; toman edificios e instalaciones públicas; dificultan el trabajo de los Poderes de la Unión y
fastidian a una ciudadanía harta de que no se le garantice un mínimo de estabilidad en su vida
cotidiana. Todo ello, claro está, con el poder que otorga la impunidad.
Sí. Son tres gobernantes: uno del exterior, otro nacional y otro local que han provocado tiempos
nublados que amagan con convertirse en sendas tormentas. Pero bajo este clima brumoso hay
una sociedad cada vez más informada, activa y participativa. Las redes sociales, afortunadamente,
han ocupado ya un lugar en la escena pública. Son las nuevas herramientas de la democracia.
Enhorabuena.
Artículo publicado en el Periódico El Universal
http://www.eluniversalmas.com.mx/editoriales/2013/09/66435.php